El espejo

-Sucede a menudo. Me levanto por la mañana y el espejo está allí, esperando. La verdad es que siempre empieza igual. Justo cuando miro a los ojos de mi imagen reflejada. Es en el instante en que los cuatro iris marrones se alinean cuando lo que veo deja de tener importancia frente a lo que siento. A partir de este punto el resultado varía. Unas veces me veo capaz de cualquier cosa (aún sabiendo que tropezaré en breve), mientras que en otras siento como si el cuerpo me pesase demasiado, como un completo inútil o con ganas de volver a la cama y esconder la cabeza hasta el día siguiente.


- Según lo que cuentas parece como poco incómodo. Pero me temo que no se que decirte...¿no has pensado en librarte del espejo?

- No, por Dios. Jamás se me ocurriría

- Ah bueno, quizá te hayas acostumbrado a él después de tanto tiempo...

- No, no. En cuanto me acostumbrase pensaría en librarme de él

Bajando aquí de nuevo

Estábamos todos sentados en la oscuridad. Esperábamos con una mezcla de impaciencia y ganas de no perdernos ni un detalle a que empezase todo. De repente apareció la luz, y al poco rato, la música la acompañó mientras comenzaba el espectáculo. Cinco minutos más tarde ya ninguno estábamos allí. Nuestro cuerpo seguía sentado en el mismo lugar, dándonos pequeñas treguas a base de parpadeos, pero la cabeza de cada uno había volado hacia un lugar distinto observando la sucesión de actuaciones. Al no tener conectado el teléfono móvil no fuimos conscientes de cuanto duró hasta que terminó.
Con calma, debido en gran medida a la gran cantidad de gente que tenía que salir del recinto, nos dirigimos en silencio hacia la salida. De camino aprovechamos para volver a encender nuestros teléfonos móviles mientras hacíamos cola.
El frío nocturno nos acogió de nuevo en el exterior mientras sonaba la alerta de mensaje en mi teléfono móvil. Nos retiramos a un lado mientras leía el contenido del mensaje (cosas que hacer dentro de algunos días) y me agaché a atar los cordones de unas de mis zapatillas. No sé por qué me fijé en las aburridas baldosas grises que, como casi en todo Madrid, cubrían la acera.
Una vez en pie miré a cada una de ellas a los ojos y me di cuenta de que sentíamos lo mismo.
- Bueno, vámonos de aquí.¿Por dónde...

En un sueño

Sintió el vértigo de una caída al vacío justo antes de toparse con ilógica suavidad con el blando suelo. Se levantó vacilante, extrañado de tan peculiares hechos.
No tenía ni idea de que pasaba, pero lo que sí sabía con seguridad era que todo aquello era real. El fresco aire que traía aromas agradables a pesar de que no se divisaba nada a leguas en ninguna dirección. Todo pareció pasar a segundo plano cuando se tumbó en el suelo, respirando con lentitud mientras observaba el azul cielo que estaba apareciendo sobre su cabeza. Se incorporó sobre sus brazos para volver a sorprenderse al ver como la hierba comenzaba a crecer por todas partes dejando al antes gris suelo con un brillante y verde tapizado. Al poco rato, el paisaje era tan distinto ya que apenas le resultaba reconocible.
Esto no hace más que mejorar

No woman no cry

Caminaba por la calle con prisa, tenía que llegar a coger el último metro. El frío se introducía cada vez más en su cuerpo con cada soplo de viento. El invierno estaba a punto de llegar. Y pese a todo, en su interior la temperatura era aun mas gélida. Tristeza y desesperanza por doquier unidas a un contundente sentimiento de andar perdida por la vida.
Cruzó la esquina y se encontró de golpe con la estación, así que sacando el billete bajó las escaleras rápidamente. No se oía nada, la estación parecía vacía, y no tardó al comprobarlo al llegar al andén. Un cartel luminoso indicaba el tiempo que tardaría el siguiente tren. Al menos no he perdido el último...
Se sentó en uno de los bancos, disfrutando del acogedor calorcito que hacía allí abajo. Miró sin prestar mucha atención el cartel luminoso mientras pensaba en todo lo que había pasado durante sus últimos días. La estación estaba desierta, tan solo ella allí sentada esperando. Se sintió sola, lejana. Y toda la tristeza acumulada se derramó por sus mejillas sin control.


Un ruido creciente llegó por su izquierda hasta que el tren de dirección contraria entró en la estación. Con esfuerzo, se calmó un poco mientras miraba la gente que llenaba el vagón que tenía enfrente.
Un chico que escuchaba música, pegado al cristal de la puerta, hizo un movimiento llamando su atención. Se buscó en los bolsillos de los pantalones, primero en los laterales, luego en los traseros. Con un gesto de extrañeza metió las manos en los bolsillos de su cazadora, pero tardó muy poco en sacarlas. Mientras tanto ella, a pocos metros al otro lado del cristal observaba con curiosidad las acciones del chico. Por último, bajó la cremallera de la cazadora para, por fin, sacar un pañuelo de papel arrugado del bolsillo interior. Alzó el pañuelo y mirándola a los ojos se lo pasó por debajo de los suyos como secándose las lágrimas. El tren arrancó y, en un último instante sin saber muy bien que hacer, se llevó los dedos de la otra mano a los labios para después dejar la palma pegada al cristal mientras el tren salía hacia la siguiente estación.
Sentada en el banco, vio que ya faltaba menos tiempo para que llegase su tren. Y sin saber el porqué recordó la mano pegada al cristal. Por otro lado, el chico recordó la sonrisa y los ojos húmedos de la chica.
Aquella noche seguramente ambos llegasen un poco mas felices a su casa

Un empujoncito

La pelotita estaba en la cima de la colina. Si hubiese sido de color marrón no se habría distinguido de la tierra que cubría toda la colina. Era una visión extraña, una loma de laderas empinadas con la punta redondeada. Y allí arriba una pelotita de color rojo chillón, sin saber muy bien cómo había llegado allí, sabía que tarde o temprano acabaría bajando.
En aquellas alturas soplaba demasiado el viento y la temperatura era más baja, además la lluvia azotaba sin resguardo posible y el sol pegaba todo el día...
Vamos, que no estaba a gusto allí arriba. En cualquier momento bajaría rodando y terminaría su suplicio, pero no podía. Porque estamos hablando de una pelota. Sensible por aquello de notar el frío y calor, la lluvia... pero una pelota al fin y al cabo que no puede rodar a su gusto.
Al tercer día alguien subió hasta allí arriba y como compadeciéndola, la tocó suavemente impulsándola hacia la ladera. La pelota bajó alegremente por la cuesta agradecida de todo corazón a aquella mano que le había dado lo que más necesitaba en ese instante. Por que sabía que tarde o temprano habría bajado de allí. Sabía que la velocidad aumentaría hasta un punto de la ladera, donde volvería a disminuir hasta detenerse por completo a algunos metros de la loma. Y allí abajo sabía que estaría tranquila.
Pero ahora, gracias a ella, había sentido la velocidad de la bajada con toda su ilusión. Y a pocos metros de la loma, varios metros por debajo de la cima, se sintió tranquila

Consecuencias

Es curioso como a veces una acción aparentemente sin importancia a medida que pasa el tiempo da lugar a algo que si te paras a pensar da hasta miedito. El pequeño favor que es agradecido como si fuese la vida en ello. Y todo lo que llegó después.
Ahora para intentar recordar empiezo a tirar del hilo que tengo atado al zapato. El extremo lo conozco, al fin y al cabo lo veo cada vez que me calzo, pero a medida que voy tirando y tirando el tacto del hilo a veces me resulta extraño y otras familiar. Pero sigo, poco a poco, hasta conseguir ver el otro extremo. Atado con un frágil nudo simple, resulta muy difícil imaginar como ha permanecido agarrado a pesar de la distancia y los tirones que sin darme cuenta le habré pegado.
Allí sigue, y parece que con suerte seguirá por mucho tiempo.

PD:Y yo que me tengo que atar los cordones de las zapatillas al menos dos veces al día...Me encantaría conocer al tipo que hizo aquel nudo