Magia

Sostuvo en la mano la varita que según su amigo sería capaz de hacer que todo lo que pensase se convirtiese en realidad. Él no creía en nada de lo que le había dicho así que levantó la varita con el entusiasmo con el que una princesa coge una escoba para fregar la cocina.

- Así, ponla más alto y piensa en algo - le decía sin parar.

En silencio, pensó en una vaca atravesada por un palo girando en una hoguera y cerró los ojos. Los abrió a los pocos segundos para encontrarse con el rostro emocionado de su compañero.

- ¿Y bien? ¿Ya has pensado en algo? ¿Qué pasa?

- Que no funciona - bajó el brazo dolorido de mantenerlo en alto. Le acercó la varita - Te han vuelto a engañar

- No, eso es que no sabes - dijo mientras sonreía dejando al descubierto el hueco donde deberían estar sus dientes incisivos - Otra vez

Con un suspiro volvió a alzar la varita. Aquel pequeñajo (pese a que se llevaban pocos meses) le estaba cansando ya. Volvió a cerrar los ojos e imaginó una girafa como las que había visto en el libro del abuelo, comiendo de un arbol. Esta vez se permitió el lujo de tener alguna esperanza al abrir los ojos.

- Podríamos estar comiendo dulces si no te hubiese gastado el dinero en este palo inútil...

- No, tiene que funcionar. El viejo me dijo que podía hacer cualquier cosa. Hasta convertirnos en reyes...  Anda, prueba la última.

Reyes - pensó mientras elevaba la varita. Pensó en su amigo sentado en un gran trono, con una corona en la cabeza y un castillo a las espaldas. Sonrío mientras abría los ojos, pero su expresión se congeló al instante. A pocos pasos, una gigante vaca comía de un árbol cercano. Debía medir al menos cuatro metros de alto y escogía las hojas más verdes de la copa.

Retrocedió asustado y tropezó con algo alargado. Tanteó sin darse la vuelta una especie de palo alargado. Ni hubiera pensado que era una de las patas de una girafa que permanecía sentada a duras penas en un pequeño trono, con la corona colgando de uno de sus cuernos.

Pero nada le preparó para esto. Un olor suculento le llegó desde un lateral junto con el chisporroteo de la carne asada. Se quedó petrificado admirando la escena. No estaba preparado.

Tocado y hundido

El agua que le habían echado por encima caía por su frente. Miró sus guantes, cerró los ojos y se levantó de un salto cuando sonó la campana. Le estudió de nuevo. Hace algo más de un año había combatido contra él y recordaba su manera de actuar. Sus ojos le siguieron si pestañear mientras pensaba en la táctica a seguir. Él era mas pesado, tambien más lento pero tenía la ventaja de que, a diferencia de su advesario, sabía encajar los golpes. Quizá ya había recibido varios puñetazos, pero no eran nada a considerar. Su oponente, en cambio, parecía dolerse de la parte izquierda de las costillas a causa de un derechazo que no pudo desviar. El primer asalto lo había confirmado, si seguía así y encontraba algún descuido aquel aprendiz no tardaría en caer.

Ambos giraron en círculos, midiéndose, intercambiando golpes aislados. Él lo veía cada vez más claro a medida que su oponente se encorvaba hacia un lateral, resentido por el castigo recibido. Pero tenía que tener cuidado, ya que su zurda aún era peligrosa y le estaba dando problemas. Era muy rápido, pero tanto que no le daba tiempo a cargar el peso en el momento adecuado. Cuando lo aprendiese se convertiría en un gran boxeador, pero hasta entonces no había nada que hacer. Su oponente parecía mas cansado por momentos y se preparó para dar por terminada la noche. Encontró un hueco en la guardia de su oponente y lanzó el puño sin pensárselo. Si lo hubiese pensado, habría notado que era demasiado grande. Que quizá su oponente esperaba esa reacción de él. Cuando vio que su cintura giraba antes de que llegase el golpe miró a la cara a su adversario. Sólo pudo ver su movimiento coordinado de puño y cadera antes de que el puño izquierdo le golpease como un yunque. Todo empezó a girar hasta que su vista se nubló. Notó el contacto del suelo en su espalda.




Ni siquiera pensó en intentar levantarse. Le había vencido. Otra vez.