Cinco días después observaba intranquilo tras una cerveza como el que ve algo por primera vez. Físicamente era idéntica, se expresaba de la misma manera, sonreía de la misma forma e incluso jugueteaba con el dedo y el borde del vaso como siempre. Pero si todo fuese igual no tendría sentido la intranquilidad que le invadía y que no pudiese reconocerla pese a intentarlo con todas sus fuerzas.
Quería reconocerla, dios sabe que sí. Hablaba con ella mientras su cabeza andaba por otro lado. Mantenía la conversación a la vez que escrutaba con detenimiento para encontrar algo de lo que creía conocer de ella. Algo de lo poco que sabía y que sencillamente era la razón de que cinco días atrás estuviese seguro de que quería volver a quedar con ella. La noche dio paso a un nuevo día y aún no pudo reconocer a la persona que se ocultaba bajo esa fachada familiar. No pudo o bien porque se hizo una idea equivocada, porque ella hubiese cambiado o seguramente porque algo en él había cambiado.
Pocos minutos después despedirse no tenía claro si le quería dar una oportunidad o a quién: si a ella o a sí mismo.