Eligiendo (o intentándolo)

Todo estaba oscuro. Me rodeaban cientos de cintas de seda blanca que caían desde arriba. Inclinando la cabeza no logré distinguir el origen de las cintas entre la absoluta oscuridad en la que parecía sumergido. El tener una pizca más de curiosidad que miedo hizo que tocase levemente con la mano una de las cintas. Un pequeño chispazo saltó hasta uno de mis dedos y una extraña vibración recorrió mi cuerpo a la vez que mi mente se llenaba de sensaciones desconocidas para mí. Veía un par de niños que me sonreían, y una mujer que me sonrió con cariño antes de besarme. Estaba en una casa con jardín, sentado en una hamaca al sol. Y de repente un frío estremecedor me devolvió a la realidad, rodeado de nuevo de cintas. La única diferencia es que la cinta se había convertido en una áspera cuerda.

Sin pensarlo dos veces agarré otra de las cintas sin dudar. La misma sensación anterior me llevó ésta vez a un pequeño piso. El ajetreo de la calle atravesaba las ventanas aun permaneciendo cerradas. Estaba solo, y asomándome a la ventana vi que la calle, coches y gente que caminaba por ella parecían pequeños desde la altura. En la habitación, a mi derecha, una pantalla de ordenador con varias ventanas abiertas rodeada de papeles de trabajo.

De nuevo rodeado de cintas, solté la cuerda y toqué otra de las que tenía cerca. Esta vez el ya casi familiar estremecimiento me dejó en una ciudad que no conocía. Con el peso de una mochila en la espalda, revisé mis bolsillos y sólo encontré el pasaporte y unas cuantas monedas extrañas. Y entre las páginas del pasaporte, una tarjeta de algo que por las dos estrellas que tenía estampadas bajo unos raros caracteres debía ser una especie de hostal o pensión. De nuevo el frío hizo que todo lo que me rodeaba desapareciese.

Alargué de nuevo el brazo hacia otra cinta. Tan sólo hacía falta seguir buscando. Y cuando encontrase la que estaba buscando lo sabría.


Y tan sólo tendría que hacer un nudo para poderla distinguir y agarrarla de nuevo en el futuro.

Un arma de doble filo

Sentado observa el filo que descansa sobre sus piernas. Hace varias semanas, en una incursión arrebató la espada que ahora miraba al jefe de los asaltantes. Recordaba su expresión de confianza al desenvainar la espada, y también el último cambio en su cara a medida que la vida se le escapaba por la herida abierta en su pecho.

El mago local examinó la espada y avisó de que estaba encantada y que era muy peligrosa. Aunque no era ninguna sorpresa, debido al leve brillo azulado que irradiaba la hoja. Tras un ritual de varias horas, se pudo comprobar que el arma había absorbido la personalidad de un dueño que había tenido cientos de años antes. No se sabía nada de él, solo que había sido un paladín recto y bondadoso que luchaba contra el mal sin descanso. Al parecer, al desenvainar la espada se entraba en contacto con él, que parece vivir dentro de la espada y se comunica con una voz que inunda la mente del que la empuña.

Retira la espada de sus rodillas y coge su vieja arma. No es tan poderosa, pero la prefiere antes que la espada mágica. Sus ultimas experiencias habían sido algo desagradables y prefería no recurrir a ella salvo que fuese totalmente necesario.

Recuerda la última vez que la empuñó y como se preguntaba como un líder de bandidos podía haber soportado aquella insufrible voz en su cabeza que no cesaba nunca: ¡Por Paladine! ¡Obtendré la victoria gracias a la fuerza de mi brazo! ¡La justicia prevalecerá con la gracia de los bondadosos! ¡Huid malvados ante la hiriente luz del bien! El último combate había durado menos de dos minutos y todavía conservaba las secuelas. Una crisis nerviosa recién superada y un molesto tic en el ojo izquierdo que le acompañaría para el resto de su vida...

Vacío

Se levantó del sillón mientras recordaba con una sonrisa en los labios la noche anterior. Las luces, la música y la vuelta a casa. La espera en la parada del autobús, con el mercurio rozando los cero grados, aquella media hora. Seguía sonriendo rememorando cuando tras bajar del bus, poco antes de llegar a casa aquel macarra le atracó, dejándole con poco mas que las llaves del piso. Y la sonrisa seguía en su rostro al darse cuenta de que se había dejado el frigorífico abierto y tendría que fregar toda la cocina cuando el sol empezaba a asomar. Antes de acostarse se miró en el espejo y descubrió sin sorpresa que la sonrisa no había abandonado su rostro.


Y es que hace dos meses había terminado su obra maestra. Una novela que le había costado años escribir y en la que, según la opinión de algunos amigos: Se estaba dejando el alma. Algo de razón tenían, pues al poner el último punto con una sonrisa de triunfo, una ráfaga de aire hizo que todos los folios saliesen volando por la ventana. Lo único que pudo hacer fue ver como el viento los desperdigaba por toda la ciudad. Pero no sintió nada. El trabajo de muchos años echados perder y la tranquila sonrisa de triunfo no abandonaba su cara. Y cada día le costaba más y más recordar cuando fue la última vez que sintió algo...

Agradecido

Tumbado miraba hacia el cielo y la encontró disimulando como siempre hacía durante el día. Ni siquiera intentaba hacer sombra al sol, total para lo que iba a conseguir...En el fondo azul apenas se distinguía, pero pocas horas después estaría en su mundo. Allí arriba el ahora apagado tono blanco brillaría por el contraste con el cielo, y mas aun en el cielo sin estrellas de la ciudad.

Siempre está ahí. Cuando te levantas por la mañana, cuando te tumbas a tomar el sol y cuando la oscuridad toma el mando. Sin embargo sólo nos fijamos en ella por la noche. Durante el día la fuerza del sol o las caprichosas formas de las nubes acaparan toda nuestra atención. Pero no. Está ahí. Siempre. Supongo que es lo importante.


Gracias a la luna y a toda esa gente que la acompaña. Gente que está ahí aunque no te das cuenta y a veces parece que pones a un lado. Gracias

Suerte

Caminaba, casi corría por la calle mientras imaginaba lo que iba a ocurrir. Por fin un material que le arrancaría del anonimato, que le elevaría hasta el nivel de los auténticos periodistas, considerados casi héroes, que salían disparados a cualquier hora gracias a su olfato periodístico y volvían con una primicia entre sus dedos. Quizá había sido buena suerte, pero tras tantos atascos en la ciudad y fotografías inútiles para su publicación ya era hora que se dignase en aparecer. Llegó a la parada de autobús, abrió el sobre que contenía las fotos y volvió a repasar cada uno de los detalles. Correcta iluminación, imagen nítida y entre las fotografías el artículo que las acompañaría en la primera página del periódico de mayor tirada nacional del día siguiente. Buscó por la calzada, pero no había ni rastro del autobús. Y mientras la gente se acumulaba en la parada. Un joven a su lado tenía el periódico abierto por la página en la que se encontraba el artículo que había escrito para el diario de hoy. Inclinándose un poco observó complacido que el joven tenía sus ojos puestos en el artículo, y parecía gustarle.

Tan distraídos estaban que no vieron que llegaba el autobús, ni tampoco se percataron de su velocidad y de la silueta del conductor echado sobre el volante.


Hoy, como siempre, las rotativas del periódico han empezado a funcionar en plena madrugada. En primera página se puede leer: Quince muertos y un herido en un brutal accidente de autobús

En la cama del hospital, entre máquinas llenas de pequeñas pantallas y pilotos de distintos colores un hombre mira la primera página del diario. Buscando algo sus ojos recorren toda la superficie de la página y se detienen enfadados al llegar al final. Con un gesto de enojo, lanza el periódico contra la pared al mismo tiempo que un agudo dolor invade todo su costado derecho. Cerrando los ojos por el dolor mira al periódico con gesto de culpa e intenta dormir de nuevo.

Pérdidas

Es curioso lo rápido que nos acostumbramos tanto a lo bueno como a lo malo. Nos limitamos a encajar lo nuevo en tu vida de la forma mas sencilla y tirar para adelante. Es la razón por la que no valoramos lo que tenemos hasta que desaparece.

Ayer justamente me pasó eso. De repente uno de esos elementos que siempre están por ahí desapareció. Al principio te jode e intentas seguir sin ello. Pero realmente sufres cuando cada dos por tres te topas con su ausencia. "No puedo hacer esto. Da igual, pues hago lo otro... vaya, tampoco puedo" En ese momento es cuando te das cuenta de la importancia que tenía antes de desaparecer. De como no te dabas cuenta de lo que significa para ti.


Por suerte era solo un objeto, reemplazable o sustituible. Mucho mas duro es cuando hablamos de personas.