Abrieron las puertas y, entradas en mano, la cola fue reduciéndose hasta que todos estuvimos en el interior del teatro. Yo ya lo conocía, así que mientras algunos miraban el decorado y la arquitectura de la sala, yo me dediqué a hablar con el caramelo. Y tiempo me dio durante casi media hora.
Las luces se apagaron, se hizo el silencio y luego un único foco alumbró el centro del escenario. Todos vimos al caramelo. Para unos no era la primera vez, pero si para mi. Comenzó la música y todos seguimos mirando, embobados. Multitud de niños con los ojos brillantes y bocas abiertas, olvidando todo a su alrededor. Querían ese caramelo. Verlo de lejos, no fuera que se rompiese al tocarlo. Tampoco comérselo, era demasiado perfecto para echarlo a perder. Pero, extraño, los caramelos también observaban fascinados. Y no era para menos, la verdad.
Entre canción y canción el silencio continuaba, como si el público temiese romper algo emitiendo cualquier ruido. La verdad es que me sorprendió muchísimo ese detalle. Porque apenas cruzó un par de frases con el público, y de hecho no eran necesarias. Un par de sorpresas; material y sonoras
Y se acabó. No podría decir cuánto tiempo duró. No se me hizo corto ni largo. El tiempo dejó de tener sentido allí dentro. Salimos volando en una nube y hasta un par de horas después no pudimos cerrar la boca.
No me extraña
3 comentarios:
Tuvo que ser genial.
Me encanta Russian Red
Era yo :)
Una pena que no supiese que ibas a estar por aquí.
¡Feliz vuelta!
Publicar un comentario