Reflexiones lúcidas semialcohólicas

Te lo digo, como Plutón. Y te pones a girar alrededor del Sol. A tomar por culo, pero alrededor. Tan lejos que puede que no se de cuenta de que andas por ahí, porque al fin y al cabo no abultas nada. Casi ni se te ve. Y ahora, por si no estuvieses jodido ya, resulta que no se te considera ni un puto planeta.

Volando

Me acababa de sentar en mi butaca. Cuando por fin encontré la fila y la numeración, porque había tardado lo mío. Con el equipaje de mano ya colocado, tuve entera disposición para verla pasar. Más bien venir. Rubia y alta, como la mayoría de danesas que había visto en los últimos días. Caminaba por el pasillo con seguridad hasta pararse justo en la fila de delante. Subió con bastantes dificultades una pequeña maleta de mano en el compartimento superior. Quizá debería haber ayudado. Hubiera sido algo típico de mí. Pero no lo hice sencillamente porque estaba atontado mirándola. Estaba comprobando que no era un ángel al no haber encontrado ni rastro de alas. Ella estaba ocupada y por sierte no se daba cuenta.

Con el clic del cerrado del compartimento me puse a mirar por la ventana como disimulando de mala manera. Y entonces, cuando parecía que se iba a sentar, pero con un rápido movimiento se giró y tras echar un vistazo al etiquetado de las butacas se sentó a mi lado.

El piloto avisó del despegue y todos nos pusimos los cinturones. Los motores aceleraron y se empezó a notar la velocidad mientras avanzábamos por la pista. De reojo miré a mi lado y vi sus azules ojos clavados en el respaldo de la butaca que tenía delante. Parecía tensa. Yo tambien debería haberlo estado, pero desde que la había visto me la imaginaba bajando de los cielos vistiendo armadura y espada, como las antiguas valkirias que se aparecían a lo guerreros para llevarlos al Valhalla.

Con otro aviso del piloto, la gente empezó a quitarse el cinturon y ella, al girarse un poco para quitarselo me miró. Sonrió, y le devolví la sonrisa mientras yo también desenganchaba mi cinturón del cierre. Abrí el libro que tenía para el viaje y me puse a leer, aunque era consciente de que no me estaba enterando de nada. Ella miró un poco por allí y por allá. De hecho me pareció que leía el titulo de mi libro, curiosa (aunque dudo que entendiese nada salvo el nombre del autor, por estar el título escrito en castellano). Yo por el contrario intentaba leer, intentaba que mis ojos no se paseasen por el papel siguiendo la trayectoria de una mosca volando. Entonces, cuando me pareció que ya tocaba pasar de página escuché un pequeño chasquido a mi izquierda. Simulé que estiraba el cuello hacia atrás y miré un poco. Ella manejaba algo pequeño y metálico. Acercó sus manos e inmediatamente volví a escuchar el mismo chasquido. La valkiria había perdido el toque divino, había pisado el suelo. Volví a abrir el libro y empecé, ahora sí pude, a leer.

Mas tarde me pregunté como había sido capaz (aunque quizá fuese porque era bastante pequeño) de colar un cortauñas en el equipaje de mano

Poniéndose al día

Llevaba demasiado tiempo acelerado. Haciendo cosas, siempre arriba-abajo y con mil cosas en la cabeza no tenía tiempo para hacer lo que realmente quería. Cada vez que se le ocurría algo lo apuntaba en un cuaderno para hacerlo cuando tuviese tiempo. Harto de aquello, pensaba a menudo en lo que haría una vez terminase todo. Nada, no haría nada. Se sentaría en un rincón agradable a mirar como pasa el tiempo. O una hamaca, playa, sombrilla y un mojito. En resumen, disfrutar del tiempo paladeándolo poco a poco.

Y así pasó. Todo el trabajo quedó atrás y se dispuso descansar. Se sentó, casi se desplomó en el sofá notando la suavidad de la tela sobre la piel, el agradable calorcito que se empezaba a acumular bajo su cuerpo y... algo que le estaba pinchando en el culo. Metió la mano y sacó el cuaderno de anillas. No tuvo mas que abrirlo por la primera página para encontrarse de nuevo en pie. De nuevo, otra vez, tenía cosas que hacer. Sin embargo no era lo mismo. No había ni punto de comparación.