Salir por la tangente

El pequeño intentaba con escaso éxito que el yo-yó subiese de nuevo una vez la cuerda estaba casi desplegada, pero poco tardó en aburrirse y cambiar de diversión. Con la cuerda extendida y el dedo aún sujeto al otro extremo empezó a girar el brazo poco a poco y después con mas fuerza de manera que en el otro extremo el yo-yó empezó a girar alrededor de su brazo. Manteniendo el brazo en horizontal y pegado a su cadera siguió dando impulso hasta que ya intuía, mas que ver, el peso de la cabeza de plástico cada vez que daba una vuelta. Al no variar la longitud de la cuerda, el yo-yó giraba en círculos en vertical. Él no lo sabía, pero todo ese movimiento era posible únicamente gracias a la cuerda.

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Notó como algo caía cerca de él, y despegando los ojos del libro lo buscó por el suelo. Con el movimiento del autobús le fue incómodo agacharse a recoger la hoja de papel, pero lo cogió con cuidado de que no se arrugase. Así, levantó la vista para devolverlo cuando sus ojos se cruzaron.
- Gracias - le contestaron unos ojos grises pero en cambio alegres.
- No es nada.
Él recogió las piernas para dejar que ella se sentase en el asiento de enfrente. Siguió leyendo el libro.
- ¿Qué lees?
Miró sorprendido, y sonrió al ver como ella agachaba e inclinaba la cabeza intentando leer el título.
- 'La catedral del mar', ya casi he terminado - dijo inclinando el libro hacia delante para que ella se hiciese una idea.
- ¡Lo he leído! Me enganchó mucho. El final se veía venir pero creo que es uno de los libros que mas me ha gustado. ¿No crees?
- La verdad, me está pareciendo una mierda.- se echó la mochila al hombro y se levantó - Bueno, me voy preparando que la próxima es la mía. 
Y se dio la vuelta sin esperar réplica


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De pronto la cuerda, que no soportaba la tensión creciente a la que se veía sometida, rompió con un leve crujido. El yo-yó salió disparado hacia delante, a media altura.
Los ojos del niño sólo alcanzaron a ver el agujero en la ventana.

Night & day

Había salido cuando el sol aún no se había dignado a aparecer. Ahora, acababa de entrar en su casa. Una media hora antes el sol se había puesto por completo por lo que en su barrio, su calle, la luz amarillenta de las farolas le había acompañado tanto en su ida como en su vuelta. Dejó las llaves en una mesa cercana y sacó las cosas de su mochila. Cartera, libro, carpetas, móvil... con una llamada perdida. Siempre ocurría igual. Silenciaba el teléfono cuando no quería ser molestado y se olvidaba de él. No era la primera vez que le pasaba. Tampoco sería la última. Vió el número, se hizo una idea del motivo de la llamada y justo a continuación llamó. Mientra los tonos de  la llamada se sucedian, se tumbó en la cama para descansar. Había sido un día muy largo y a medida que la conversación avanzaba se daba cuenta de que podía alargarse aún mas. No tuvieron que insistirle mucho.

Se levantó de la cama y se fue directo a la ducha. Esperaba que el agua fría le ayudase a despejarse o que al menos le ayudase a retrasar la hora de irse a la cama. Todo es psicológico - se repetía mientras pensaba en el plan de esa noche. Tomó los bostezos que le vencían como si fuesen hambre y atracó la nevera apresuradamente. No le sobraba el tiempo, como pudo comprobar la vecina de enfrente cuando lo vio salir mordisqueando una manzana.

Al día siguiente el despertador sonó a la misma hora y él se levantó para un nuevo día. La diferencia estaba en que se levantó con el doble de cansancio y mal humor.

Ya basta de empujoncitos

- De esta forma la propia gravedad consigue que el objeto quede en un punto de equilibrio de energía mínima - explicaba frente a una clase abarrotada de niños que miraban a la pizarra, por la ventana, unos a otros, sus propios zapatos...

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La pequeña pelota roja estaba en lo alto de la colina. No tenía mucho sentido que estuviese allí arriba, pero el caso es que allí permanecía. Sobre la pelada cima el viento la empujaba a menudo haciéndola rodar por la cuesta durante unos metros pero de improviso un dedo la golpeaba para que desandase el trayecto recorrido. Nunca llegué a ver el dedo, y creo que la propia pelota tampoco, pero digamos que se intuía. Quedaba claro que algo estaba pasando.


Me acerqué a la bola intentando descubrir que era lo que pasaba pero no llegué a ninguna conclusión razonable.

- Seamos razonables - me sentía estúpido hablando a una pelota de goma. La empujé un poco con el pie para que bajase por la ladera.

Pasó exactamente lo que tenía que pasar. Lo que había pasado continuamente desde hace días.

- ¡Maldita bola de mierda! ¿Qué te pasa? ¿Qué haces? Debe ser algo que te pasa. Pero entonces...¡Sólo tu puedes cambiarlo! - si antes me había sentido estúpido...

Bajé de la colina con grandes pasos. Vociferando, enfadado y dando patadas a los guijarros que encontraba.

La pelota siguió inmóvil hasta que el viento tuvo la suficiente fuerza para empujarla colina abajo. Paró al pie de ésta, junto a un arbusto.