El bache

Era un encanto de muchacha. Llevaban saliendo alrededor de un año, prácticamente desde que se conocieron. Supongo que fue un flechazo, si pudiese imaginar un angelito cargando con un arco y volando por los aires. No todo fue perfecto, sin embargo. Tuvieron momentos difíciles, pero la relación salió más fortalecida tras cada bache. Hasta que se toparon con un bache demasiado pronunciado.

Él era bastante tímido y ella era todo lo contrario, por eso verlos hablar era como asistir a una conferencia. Ella estaba continuamente mirando a su alrededor, preguntándose por todo lo que veía. En cuanto a él, lo mas probable es que estuviese en la parra, con sus cosas. Ella tenía la cabeza despejada y una seguridad inquebrantable. De la cabeza de él mejor no hablamos (ni de sus extraños gustos y comportamiento), y su seguridad era comparable a la de un puente hecho con cerillas al que se prende fuego. ¿Algo mas? Vale, ella era extremadamente celosa y él... bueno, nunca había pensado en ello.

Todo ocurrió una tarde. Habían quedado en una cafetería que frecuentaban desde hacía tiempo. Él llegó un poco antes, y se sentó en una mesa a esperar mientras pedía un café. La melena pelirroja de ella no tardó mucho en aparecer tras la puerta de la cafetería. Venía radiante. Charlaron sobre nimiedades hasta que ella reparó en algo que encontró sobre el jersey de él. Señalando con el dedo preguntó que era. Extrañado bajó la mirada para encontrar un pelo de casi medio metro de largo, negro como los de su cabeza, enganchado a la lana del jersey. Se le cayó el alma a los pies. Desde que un amigo le prestó una recopilación del libro Guiness de los Records no había parado de leerlo. Y la historia de aquel indio que se había dejado crecer un único pelo de su cabeza hasta llegar a los dos metros le había impactado.

- Mierda - fue lo único que pudo decir con lagrimas en los ojos. Ella lo vio claro pero el autocontrol y la vergüenza de dar un espectáculo hicieron que, a pesar de mirarle con ojos de asesina, tuviese la suficiente sangre fría para despedirse y dejar el dinero de su parte de la cuenta antes de salir por la puerta.

Sentado en la silla, luchó por contenerse y no tirar la taza de café contra algo o alguien. No pudo decir nada antes, durante o después de su marcha. Su lengua parecía no responder. Se sentía como un imbécil, como el que ha echado a perder algo por un descuido o desidia. Empezó a recordar todo el tiempo que había pasado y que había tirado a la basura por esa tontería, ese error tan idiota. Durante unos breves segundos le faltó el aire. Inconscientemente, se llevó la mano al cuello mientras sentía como la rabia se le subía a la cara. Jamás debió haberse puesto ese jersey, siempre le costaba una barbaridad ponérselo y quitárselo con aquel cuello tan estrecho. Extendió los brazos pensativo.
- Aproximadamente metro y medio. Bueno, más se perdió en la guerra.

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