En marcha

Volvía por el pasillo rodeado de rosales que llevaba hasta la puerta de la casa. Con cuidado de que las ruedas de la maleta que arrastraba tras de sí no se atascasen con las hierbas que habían crecido desde la última visita, llegó a la puerta mientras buscaba las llaves en el bolsillo de la gabardina. Mientras las sacaba y buscaba la correcta, miró a su espalda el descuidado jardín. Años atrás no existían esas hierbas en el camino, ni los árboles necesitaban una poda. Las jardineras que antaño rebosaban de flores y plantas aromáticas estaban vacías. Solo se podían ver los restos secos de las antiguas colonas asediadas ahora por ortigas e incluso algún cardo.
Abrió la puerta para pasar al interior y dejar la maleta a un lado de la puerta. Todo permanecía como lo dejó. Los muebles, las ventanas y cortinas...todos estaban cubiertos por una gruesa capa de polvo que hacía que apenas se pudiese distinguir el color original de los objetos. Subió las escaleras para comprobar que, al igual que en la planta inferior, no había nada fuera de lugar en la sala de lectura y su habitación.
Volvió a salir al exterior, agradecido de que el sol le librase al menos por un momento de la tristeza que le producía ver todo en ese estado. Los tonos grises del interior junto a la oscuridad de tener todo cerrado a cal y canto hacía que se le cayese el alma a los pies. No podría cambiar todo aquello. Sabía que independientemente de lo que hiciese la casa no podría convertirse en lo que siempre había querido.
Se sentó en uno de los desvencijados bancos que crujió como quejándose al notar su peso. Tenía dos opciones: agarrar la maleta y volver por donde había venido o entrar en la casa, limpiar su cuarto y la cocina y el día siguiente pues...ya vería. Se levantó del banco, que volvió a crujir peligrosamente. Mañana echaré un ojo a este banco

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