En el infierno con aire acondicionado

Con la mañana del día siguiente, comenzó la nueva estación. El sol quemaba desde lo alto haciendo sufrir a las criaturas que intentaban esconderse de su vista. Las plantas, sin oportunidad de huir, se iban agostando poco a poco a medida que el tiempo pasaba. El cielo era como un lienzo rajado. Nubes alargadas y blancas se desplazaban por el cielo a gran velocidad empujadas por un viento tan inclemente como el astro que brillaba en lo alto, de forma que prácticamente no cubrían el sol en ningún momento y si por casualidad lo hacían su paso era tan rápido que apenas daba un respiro a la superficie del planeta.

Se podía creer que la situación mejoraba por la noche, pero no era así. El viento incansable continuaba soplando con fuerza pero ahora, debido a la ausencia del Sol, traía un frío que se metía en los huesos de las criaturas.
En este mundo aparecí sin saber muy bien cómo ni por qué. Sufrí y sigo sufriendo lo que os acabo de narrar, pero no importa. No os diré que preferiría otras condiciones, pero al alzarme cada mañana sólo veo dibujos maravillosos que el viento traza sobre la arena, en los árboles nuevos brotes en la base de ramas que parecían secas y de forma puntual, a alguna criatura procreando y aumentando la familia en un entorno donde sólo parece pasear la muerte. Podéis pensar que estoy ciego, o tal vez que ahora veo todo con total claridad. Que pronto veré las cosa de otra manera o que el cambio es irreversible. Quizá os guste, o no, lo que os digo. No lo sé. Me conformo tan sólo con explicar la situación

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