Sin pensarlo dos veces agarré otra de las cintas sin dudar. La misma sensación anterior me llevó ésta vez a un pequeño piso. El ajetreo de la calle atravesaba las ventanas aun permaneciendo cerradas. Estaba solo, y asomándome a la ventana vi que la calle, coches y gente que caminaba por ella parecían pequeños desde la altura. En la habitación, a mi derecha, una pantalla de ordenador con varias ventanas abiertas rodeada de papeles de trabajo.
De nuevo rodeado de cintas, solté la cuerda y toqué otra de las que tenía cerca. Esta vez el ya casi familiar estremecimiento me dejó en una ciudad que no conocía. Con el peso de una mochila en la espalda, revisé mis bolsillos y sólo encontré el pasaporte y unas cuantas monedas extrañas. Y entre las páginas del pasaporte, una tarjeta de algo que por las dos estrellas que tenía estampadas bajo unos raros caracteres debía ser una especie de hostal o pensión. De nuevo el frío hizo que todo lo que me rodeaba desapareciese.
Alargué de nuevo el brazo hacia otra cinta. Tan sólo hacía falta seguir buscando. Y cuando encontrase la que estaba buscando lo sabría.

Y tan sólo tendría que hacer un nudo para poderla distinguir y agarrarla de nuevo en el futuro.