Un par de muletas

De niño era bastante activo. Siempre arriba y abajo, no paraba ni un segundo. Jugando con la pelota, corriendo tras los pájaros hasta que se elevaban, subiéndose a los árboles o simplemente corriendo por ahí. Por eso no era raro el día en el que aparecía con algún chichón, arañazo... o algo peor.

Se había torcido el tobillo en innumerables ocasiones. Y hasta se rompió el peroné un par de veces. Cada uno. Pero era un chico fuerte, y sanaba rápido. Menos mal, porque los días se le hacían eternos esperando para poder salir corriendo como antes y volver a romperse algo. En esas temporadas de relativa inmovilidad se le veía acompañado de un par de muletas, siempre las mismas, con las que se movía con la soltura que da la práctica. Pasado un tiempo acompañado por ellas, apoyando su peso cuando necesitaba ayuda, iba recuperándose hasta que todo volvía a la normalidad. Entonces las limpiaba y las dejaba apoyadas en un armario en su cuarto, siempre cerca, sabiendo que dentro de algún tiempo volvería a necesitarlas.


Ahora, ya bastante más crecido, seguía las seguía manteniendo en el mismo lugar. Habían pasado tanto tiempo juntos que les tenía un especial cariño. Y de hecho las había seguido necesitando en varias ocasiones. De camino a la calle, resbaló en los escalones del portal. El dolor era tan intenso que no podía apoyar la pierna derecha. Una espera, un trayecto al hospital, otra espera y una flamante pierna escayolada. Le ayudaron a subir hasta la puerta de su casa, y allí le dejaron ante su insistencia. Cruzó el salón a pata coja hasta su habitación buscando el armario. Primero con sorpresa, luego con tristeza, comprobó que las muletas ya no estaban allí.

2 comentarios:

Eduar dijo...

Es una lástima lo de las muletas... snif.

Jarrek dijo...

Nada hombre, ya pasará. Además ha encontrado ambas muletas, pero andan cada una por un lado.

Ya se verá :)